MISION de la Iglesia
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   La Iglesia fue fundada por el Dios-Hombre, Jesucristo. Y la fundó para que conservara en la tierra su mensaje de salvación, es decir para que acompañara en el tiempo y por toda la tierra a los hombres a los que Jesús vino salvar
   Siempre la Iglesia ha llevado impresa en su conciencia colectiva la misión para la que Jesús la puso en este mundo. El Concilio del Vaticano I hizo la siguiente declaración en la Cons­titución sobre la Iglesia: "El Pastor eterno y obispo de nuestras almas (1 Petr. 2, 25) decidió edificar la santa Iglesia a fin de hacer perenne la obra salvadora de la redención, y para que en ella, como en la casa del Dios vivo, se reunieran to­dos los fieles con el vínculo de una fe y una caridad." (Denz. 1821)
   Y el Concilio Vaticano II, un siglo después, resaltaba más esta persuasión de que sólo la misión de mantener vivo y de extender vivificante el mensaje de Jesús da sentido a su existencia: "Aun­que la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como Esposa fiel del Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe muy bien que, a lo largo de su prolon­gada historia, no siempre fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al Espíritu de Dios.
   Sabe también la Iglesia que aun hoy día es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio.
   Dejado a un lado el juicio de la histo­ria sobre estas deficiencias, debemos sin embargo tener conciencia de ellas y combatirlas con la máxima energía para que no dañe la difusión del Evangelio. Además conoce la Iglesia cuánto le queda por madurar, por su experiencia siglos, en la relación que debe mantener con el mundo.
   Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia, como madre, no cesa de exhortar a sus hijos a la purificación y a la renovación para que brille con mayor claridad la señal de Cristo en el rostro de la Iglesia."  (Gaudium et Spes 43)

 


 
 

1. Conciencia de mensajera

 Mensajera de Jesús, la Iglesia fue siempre cons­ciente de que su obra en el mundo era continuar la acción salvadora de su Fundador. Ella se definió en todas las ocasiones como la Madre y Maestra de los hom­bres. A todos ofreció el testimonio de su mensaje que era de Jesús.
   Hizo lo posible para que los hombres vivieran en conformidad con la Palabra traída por el Señor al mundo.
   Sus enseñanzas se convirtieron en vida para cuantos quisieron acogerlas con bondad de corazón.
   - Fue su mensaje un himno a la misericordia del Padre celestial, que no dejó abandonados a los hombres en su pecado. El mismo mensaje de Jesús fue el que la Iglesia llevó al mundo. El Padre Dios ha amado a los hombres desde siempre. Quiere que todos se salven. A todos ofrece su gracia y su perdón.
   - Fue un mensaje sobre la Palabra traída por el Hijo. Ella se identificó siempre con el Señor Jesús, sabiendo que era el Hijo de Dios encarnado, el que ofreció su vida en la cruz por todos los hombres, el que resucitó al tercer día para triunfar en la Gloria.
   - También fue un mensaje de la santidad ofrecida por el Espíritu Santo, el enviado del Padre y del Hijo, el don supremo que dio vida al mundo y se presentó como la cumbre del amor y de la gracia de Dios.
   -  En definitiva, la Iglesia fue siempre portadora de un mensaje de misericordia, de verdad y de plenitud divina. La Iglesia enseñó a los hombres a confiar en Dios y a esperar en la vida eterna. Trazó sus normas para ayudar a los hombres y clarificó sus enseñanzas para que todos entendieran mejor la cercanía de Dios.
   "Somos conscientes del respeto que merece el Señor. Y por eso nos esforzamos en convencer a los hombres. Nuestra vida no tiene secretos para Dios y por eso nosotros no tenemos secretos para los hombres... Es el amor de Cristo el que nos llena de fuerza; pues, si uno murió por todos, todos murieron con él... Y, si Cristo murió, fue para que todos  vivan, no para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por todos". (2 Cor. 5. 11-15)
   Los reformadores enseñaron que Cristo había fundado una Iglesia invisible. La organización jurídica era pura institución humana. La Iglesia ortodoxa griega y la Iglesia anglicana reconocen la fundación divina de una Iglesia visible y jerárquica, pero niegan la institución divina del Primado. Según la moderna teología liberal, no fue intención de Jesús separar a sus discípulos de la Sinagoga y congregarlos en una comunidad fraterna independiente; ambas cosas tuvieron lugar por la fuerza de las circunstancias externas.
   Según el modernismo, Jesús concebía el "Reino de Dios", cuya proximidad anunciaba, de una manera puramente escatológica, en el sentido apocalíptico del judaísmo tardío.
   Decían que, “como Jesús juzgaba inminente el fin del mundo, estaba muy lejos de sus intenciones fundar la Iglesia como una sociedad que perdurase en la tierra durante siglos. La Iglesia se desarrolló por la conciencia colectiva de los prime­ros fieles, que les impulsaba a constituir una sociedad”. (Denz. 2052 y 2091).

  

 

2. Escritura y Tradición

   Pero la idea de Comunidad eclesial sintetiza un doble elemento: mundanal y espiritual, escatológico e histórico, divino y humano. Los Profetas anunciaron el establecimiento de un nuevo Reino de Dios para la época mesiánica. Ese Reino ya no se limitaría a Israel, sino que llegaría también a los gentiles: Is. 2. 2-4; Miq. 4. 1-3; Is. 60).
   Jesús comenzó su ministerio pidiendo la conversión, pero pronto se dedicó a proclamar la llegada del "Reino de los cielos", como prefiere decir Mateo, o del "Reino de Dios", como dicen los demás evangelistas: "Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos". (Mt. 4. 17; 10. 7)
   Los milagros que Jesús dio como pruebas de ser el enviado divino iban asociados a su proclamación de ese Reino de Dios que había llegado ya (Mt. 12. 28). En esa proclamación reclamaba atención a la justicia (Mt. 5. 20), a la voluntad de su Padre (Mt. 7. 21), decla­raba la preferencia por los sencillos (Mt. 1.3), el rechazo de la hipocresía y de la mentira. (Mt. 17. 1 a 12).
   Por contraposición a la comunidad de Yaweh, el pueblo elegido de Israel, que existía en el Antiguo Testamento, Jesús llama "mi comunidad", "mis amigos", "mi pequeño rebaño" a la nueva sociedad religiosa que decide fundar: "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia" (Mt. 16. 18). Elige discípulos (Mat. 4. 18) y les da poderes misionales, por ejemplo "acompañar su predicación con el poder de expulsar los demonios". (Mc. 3. 14 s).
    La cadena de poderes que les confie­re es significativa: atar y desa­tar (Mt. 18. 17), el poder de celebrar la Eucaristía (Lc. 22.19), el perdonar pecados (Jn. 20. 23), bautizar (Mt. 28. 18). Por eso les denomina "enviados" con el sentido de legados, representantes, traducción griega del hebreo "saliaj y saluaj" o del aramaico "seluja", que es la palabra que Jesús usó.
   Mediante un trato personal, continuado, con ellos les preparó en doctrina. Y con su ejemplo cotidiano los dispuso en estilos pastorales y catequísticos. Así salieron maestros consumados en su tarea kerigmática (Mc. 4. 34; Mt. 13. 52).
   Claramente las transmite la misma misión que el ha recibido del Padre: "Como me envió mi Padre, así os envío yo a vosotros." (Jn. 20. 21)

   3. Finalidad de la Iglesia

   No fue otro el fin de la Iglesia que continuar la misión del mismo Cristo en la tierra.  El concilio del Vaticano I afirmaba: "Decidió edificar la santa Iglesia para dar peremnidad a la obra salutífera de redención" (Denz. 1821).
   Fue frecuente en los escritores antiguos el decir que Cristo fue quien nos ganó los frutos de la salvación. Pero a la Iglesia la confió la tarea de aplicarlos a los hombres hasta el final de los siglos.
   Por eso dijo en su plegaria ante los asombrados los Apóstoles: "Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío a ellos al mundo" (Jn. 17. 13). Y esa vida que vino a traer en abundancia (Jn. 10. 10) se fue repartiendo entre los hombres a lo largo de los siglos y continuará siempre.
   El gesto más comentado en la Historia de la Iglesia sobre esa misión fue siempre el "mandato misional: "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadles a observar todo cuanto yo os he mandado". Mc. 16. 16). Pero tal vez el más impresionante es el que recoge la promesa d sus permanente presencia. "Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mun­do" (Lc. 10, 16) o las comparaciones que fue estableciendo entre su personal misión y la de la Iglesia a la transfería su poder: "El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha, y el que me desecha a Mí, desecha al que me envió," (Mt. 18. 18)
   La misión quedó clavada en el cora­zón de sus Apóstoles. Y no sólo en los de la primera hora, "los once". También en los "posteriores", como S. Pablo: "Tengámonos los hombres por ministros de Cristo y dispensadores de los miste­rios de Dios" (1 Cor. 4. 1) O también: "Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros." (2 Cor. 5. 20) Y en los de todos los tiempos: Dadme almas y llevar lo demás para vosotros" (S. Francisco Javier).

 

   

 

 

  4. Consecuencias

  La Iglesia, considerada su fin y sus medios como "otra cosa" diferente a lo que emplean las sociedades humanas y las empresas terrenas. Ella tiene una misión diferente. Es otra cosa.
   S. Agus­tín decía con unción: "Cristo dijo a Pila­tos: Mí reino no es de este mundo  (Jn 18. 36). Escuchad, judíos y gentiles... escuchad, reinos todos de la tierra. El dice: "Yo no estorbaré vuestro señorío en este mundo." (Sobre Juan 115. 2)

   4.1. Fin religioso

   La Iglesia tiene un fin puramente religioso. No tiene nada que decir en lo político, económico, artístico, científico, social o cultural profano, salvo que tenga relación con lo religioso. En esos terrenos la opinión es ley y la Iglesia, la comunidad creyente y la jerarquía, pueden también opinar.
   Pero opinar no es imponer ni dogmatizar. Con todo la Iglesia vive en este mundo. Quiere y debe estar presente en todos los ámbitos en donde los hombres habitan.
  Tiene doble labor. Una negativa: avisar de los límites de la verdad y del bien y hacer lo posible por que el hombre evite el error ético o espiritual, por ejemplo cualquier planeamiento que perjudique la dignidad, la libertad o la vocación de eternidad que el hombre posee. Y tiene una tarea positiva que es ser testigo de Cristo y ofrecer sus juicios de valor a la luz del Evangelio: en el arte, en la ciencia, en los hospitales, en las escuelas, en los laboratorios de las universidades.
   Hay quienes piensan que su lugar son los claustros monacales, las sacristías de los templos y las ermitas o santuarios. Se equivocan: su lugar es el mundo, cualquier lugar en el que se hallen los hombres creyentes y los incrédulos.
   Del mismo modo, el fin espiritual de la Iglesia no excluye que ella, como sociedad, pueda adquirir y poseer bienes terrenos: templos, hospitales, emisoras de radio, periódicos, recursos para hacer el bien.
   Vive en la tierra y necesita apoyarse en las cosas terrenas. Su Fundador no tenía bienes, "al igual que las raposas del campo." (Jn. 12. 6; 13. 29). Pero usaba las cosas de la tierra. Negar este principio es desen­carnar la Iglesia y caer en un misticismo inaceptable.
  
   4.2. Es sociedad perfecta

   León XIII declaró en la encíclica Immortale Dei: "La Iglesia es, por su índole y su derecho, una sociedad perfecta; por volun­tad y bondad de su Fundador  posee en sí misma y por sí misma todo lo necesa­rio para existir y para obrar. El fin que se propone es el más elevado; y su potestad es la más excelente. No puede ser tenida en menos que cual­quier otra sociedad".
   Esto significa que la Iglesia tiene que organizarse, además de como comuni­dad de fe y encargada de anunciar el Reino, como entidad humana que pueda hablar en igualdad de circunstancias con las otras sociedades terrenas: naciones, estados, organismos locales o mundia­les, grupos, movimientos, etc.
   La Iglesia tiene un fin distinto, pero no opuesto. Se mueve en otro plano, pero no puede ignorar lo que los hombres hacen: leyes, investigaciones, arte, lenguas, pactos, etc.
   La Iglesia no puede ni debe entrome­terse en cosas del poder civil, salvo que afecten a aquellos aspectos que tienen que ver con la dignidad humana: vida, libertad, paz. Por eso la cuestión del aborto no es algo que sólo mira al Estado. La fabricación de armas no es simple cuestión económica. Los experimentos biológicos no afectan sólo al ingenio de los investigadores. Sin embargo, la Igle­sia como tal no es ni monárquica ni republicana, sus preferencias musicales no van ni por los estilos clásicos ni por los modernos, nada tiene que decir a las fronteras, a las lenguas, a las estructuras económicas de los países.

    5. Esencia de la misión

   El mandato de Jesús a sus Discípulos fue claro, tajante, audaz y leal: "Id por todo el mundo y anunciad el mensaje de la salvación. El que crea y sea bautizado, se salvará; y el que no crea se condenará." (Mc. 16.14).  El mensaje de Jesús es "evangelizad"..."anunciad a todos la buena nueva".. "id por todo el mundo" a proclamar el Reino de Dios.
   Desde entonces los seguidores de Jesús van por el mun­do extendiendo un mensaje de amor, precisamente porque su Maestro les dio el mandato nuevo del amor. Dicen a todos que la fe abre las puertas del Reino de los Cielos. Y proclaman con alegría que es preciso apo­yar fe en la obras de la justicia
   El mensaje de Jesús no es sin más una verdad de la inteligencia. Ante todo es una actitud de vida que se debe asumir y comunicar. A veces podemos identificar el cristianismo con una doctrina sistemática que aprendemos, repetimos, aplicamos. Pero se trata más bien de la unión con una persona misteriosa que es la de  Jesús, la Segunda de la Santísima Trinidad. Entonces descubrimos lo que es el mensaje y lo que de vida implica para nosotros.
    La misión de la Iglesia en el mundo es la misma de Jesús en la tierra: anunciar a todos los hombres que el Reino de Dios está cerca.

   5.1. Situaciones del mundo

   Para realizar nuestra labor de cristianos, anunciadores de la verdad y también ilusionados con el Reino de Dios, tenemos que conocer la realidad espiritual y humana del mundo en el que nos movemos. Porque cuando hablamos de mundo, no aludimos a conceptos especulativos, generales y distantes. Nos referimos a los vecinos de nuestra vivienda, a los compañeros de nuestra fábrica, a los habitantes de nuestra ciudad. Sólo así nos podremos relacionar "humana­mente" a lo que hay en nuestro entorno y ayudar a los hombres.
   La misión de la Iglesia, nuestra misión, es viva, real y concre­ta. Está matizada de compromisos reales, no sólo de teorías abstractas.
   El recuerdo de algunos rasgos del mundo en que vivimos puede ayudarnos a adaptar mejor nuestra misión evangelizadora a las personas que lo habitan.
  - Abunda la ignorancia religiosa en nuestro entorno y predomina cierta ambigüedad incluso cuando la ignorancia se disipa. Es necesario enseñar la verdad a partir de criterios claros, basados en el Evan­gelio: justicia, penitencia, oración, caridad, fe, esperanza. Si existe ignorancia, le atrofia y se acrecienta la superstición. Tenemos que ayudar en nuestro medio a conocer los mensajes reales del Evangelio.
  - Se corre el peligro del materialismo y del egoísmo, es decir del predominio de los sensorial sobre lo intelectual y lo espiritual. Es fácil dejarse llevar por ventajas inmediatas y olvidar las exigencias de la vida eterna. Asumiremos la misión de la Iglesia en la medida en que miremos con esperanza la vida superior y ayudemos a los demás a vivir con proyectos de salvación eterna.
  - Se multiplican en la sociedad los ritos, las tradiciones, los espectáculos, más que los actos sinceros de fe. Nosotros debemos recordar que Jesús pidió muchas veces vida y plegarias auténticas, no palabreras o fingidas.
  Como miembros de la Iglesia tenemos que ayudar a purificar las devociones y hacer lo posible por apoyar en la Palabra divina los criterios y los comportamientos.
  - Falla con frecuencia la fraternidad y el altruismo y no se cultiva el amor al prójimo. Nos contentamos con ofrecer algunas limosnas a los más indigentes. Sin embargo, el ser miembro de la Iglesia recla­ma mirar a todos como hermanos y compartir los bienes, sobre todo morales, culturales y espirituales.
  La misión de los creyentes es fomentar actitud de entrega generosa.
  - Falta honestidad en los compromisos y fidelidad en la palabra dada: palabra fraternal en el trato, palabra moral en los compromisos, palabra laboral en el trabajo, palabra matrimonial en la elección de estado de vida, palabra espiritual en las promesas hechas a Dios. La misión de la Iglesia lleva a exigir a todos  actitudes de veracidad, sinceridad y nobleza, puesto que Dios es Verdad y Jesús ha venido a proclamarla.
  - Se vive con frecuencia en clave muy individualista y egocéntrica. Se olvida que el cristianismo es solidari­dad, generosidad y renuncia al propio yo. Para ser de verdad Iglesia hay que descubrir lo hermoso que resulta dar y la grandeza que hay en el amar. El mundo actual requiere apertura. Y el riesgo es la clausura en el propio País, en la propia familia, en el horizonte estrecho del trabajo inmediato.

   5.2. Compromiso con Jesús

   El compromiso misional del cristiano no le viene de otro sitio que de Jesús. Y no está enunciado sólo para los Apóstoles, sino para todos los seguidores del crucificado Jesús. Un peligro grande del cristia­no es "clerificar" la misión de la Iglesia y olvidar la dimensión bautismal del anuncio del Reino de Dios.
   El Bautismo es el emblema de entrada en la Iglesia. Es el sacramento de la pertenencia. Es la señal del amor de Dios. Es la clave del compromiso misional. Todos los bautizados son participantes de la misión de toda la Iglesia, gracias al bautismo recibido y vivido.
   Los seguidores de Jesús deben hacer­se cada vez más conscientes de la vocación misionera que su bautismo les recla­ma. No es cristiano auténtico el que no comparte su fe y su caridad con todos los hombres, sobre todo con los más cercanos.
   Si somos conscientes de esta responsabilidad, podremos hacer partícipes a los demás de la gracia recibida. Podremos darla como regalo, pues como regalo la hemos recibido.
   La vida cristiana es comunitaria por naturaleza. Ella reparte y comparte el  mismo espíritu de fe y de amor. Todos cristiano es ciudadano de un nuevo Pue­blo elegido por Dios.
   Además es vida de servicio gratuito. "Dad gratuitamente lo que gratuitamente habéis recibido." En el dar está el mensaje del Evangelio. Por eso la misión eclesial es ante todo entrega y no beneficio, es sacrificio y no beneficio, es creatividad y no búsqueda de intereses o conve­niencias pasajeras. Se requiere entrega generosa sin espe­rar nada como recom­pensa.
   Por esas y otras razones, cuando nos sentimos enviados por Dios a "bautizar", que es lo mismo que a lavar del mal, a "evangelizar" que equivale a abrir las puertas de la fe, a "sembrar" y a "construir", a "consolar"  y "salvar" a los hom­bres, nos tenemos que sentir profundamente desafiados a vivir en las cercanías de Jesús y a sentir la dicha de acercar a Jesús a todos los hombres.
   Además del mandato misional de anunciar la Palabra del Señor, tenemos el mandato bautismal de convertir a todos a la vida nueva del Señor. Somos nosotros, los cristianos que nos sentimos la Iglesia de Jesús, quienes tenemos que conseguir ese don de la nueva vida en Jesús.

   5.3. Se predica con la vida

   Con frecuencia se asocia el mandato misional con la predicación oral del mensaje cristiano: homilías, sermones, conferencias, charlas, escritos, seriales radiados o televisados. Sin embargo, la verdadera predicación cristiana es la de la vida recta y evangélica de los creyentes en Jesús.
   La vida bautismal no es una mera fórmula, sino un compromiso. Y es el gran desafío que tenemos los cristianos más conscientes de la fe. De lo contrario, el riesgo de las "palabras vacías" acecha a los llamados al "apostolado".
   Por eso tenemos que recordar y siste­matizar lo que es la vida bautismal, para ofrecerla con decisión a los que se cru­cen en nuestro camino.
   La vida bautismal implica amistad con Dios cercano y providente. Reclama acepta­ción de sus mandamientos, profundidad en la fe, ahondamiento del mensaje evangélico, descubrimiento del misterio de Dios.
   Es vida de renuncia al pecado, que el cristiano debe siempre combatir. Si no renunciamos el poder del mal, no podemos establecer el Reino de Dios. Jesús anunció el Reino de Dios como algo capaz de comprometer y de transformar los corazones.
   Es vida de amor a Jesús y a los hermanos, que es la síntesis entre el triunfo de Dios y la derrota del mal. Si Dios ha enviado a Jesús al mundo para la salvación de los hombres y los hombres nos sentimos unidos en Jesús, tenemos que identificar cristianismo con servicio, gracia con justicia, salvación con regalo de Dios.
   El cristianismo es, pues, un seguimiento de fe, no una adaptación a la tradición. Es vivir conforme al programa del Evangelio, que es el anuncio que Jesús hizo y que sus seguidores continuaron sobre la tierra.

 
 

 

   6. Misión perpetua

   La misión de la Iglesia durará hasta el final de los tiempos. Ella está destinada a estar presente en medio de los hombres y a sembrar la alegría y el perdón, la promesa de Cristo Jesús y la presencia del Espíritu Santo que Jesús prometió a sus seguidores y que ellos recibieron con amor y confianza.
   Sus últimas palabras recordaron a sus segui­dores lo que tantas veces habían oído comentar durante la vida terrena del Maestro:
  "Le preguntaron los que caminaban con El: Señor, ¿vas a establecer ahora el Reino de Israel? Jesús les respondió: No os corresponde a vosotros saber fechas o momentos que el Padre ha querido reservarse. Vosotros vais a recibir ahora la fuerza del Espíritu Santo y ella os hará posible dar testimonio de mí en Jerusalén, en Samaría y hasta el último lugar de la tierra"  (Hech. 1. 6-8)

   6.1. Rasgos del mensaje

   Este mensaje del Espíritu Santo que los seguidores de Jesús deben extender por toda la tierra es gozo y alegría. Precisamente lo es por cuanto es el mensaje de Jesús.
   Es mensaje de paz y seguridad. Los cristianos necesitan la seguridad de que, a pesar de las guerras y de los atropellos, al final de todo se impondrá la vida.
   Es mensaje de fortaleza y valentía. La Iglesia es la causa de nuestro valor, pues en ella encontramos a Cristo resucitado. Si en solitario nos podemos sentir vacilantes, pues el error y la tentación nos acechan, en compañía de los her­manos y presididos por Jesús, nos descubrimos firmes en la fe y testigos de la verdad. La Iglesia es un signo martirial en medio del mundo opresor. Por eso ha sido perseguida siempre y lo seguirá siendo. Pero ella sabe que saldrá triunfante. Dios está con ella y la fuerzas del mal nunca podrán destruirla.
   Es un mensaje de futuro y de progreso. La Iglesia tiene conciencia de estar siempre en camino. No es un museo de recuerdos. Es un estímulo para adaptarse al mundo del porvenir. Precisamente su fuerza es escatológica: está segura del triunfo final. Sabe que seguirá creciendo en el mundo en la medida en que sea fiel a Dios.
   Es mensaje de esperanza. La Iglesia anuncia soluciones y no sólo plantea problemas, por que el mensaje recibido de Cristo es "buena noticia" gratificante no "cadena de interrogantes fatigosos".
   Y es mensaje de amor al prójimo, pues es el "único y nuevo mandamiento de Jesús". "Amaos los unos a los otros, en eso conocerán que sois mis discípulos". (Jn. 13. 31.34)

 

 

  

 

   

 

 

6.2. Frutos del mensaje

   Los frutos del mensaje de Jesús son portentosos. Al sabernos nosotros miembros de la Iglesia, tenemos que sentir la vida que crece en nosotros: vida de fe, vida de piedad, vida de caridad.
   El día en que los cristianos dejemos de crecer en la fe, la vida de la Iglesia se habrá parado. En­tonces la Iglesia se habrá hecho una pieza de museo y su lenguaje se volverá arqueológico. Pero esto no acontecerá jamás, pues Dios vive en medio de nosotros y nos inspira afanes de eternidad.
 

  La alegría y la confianza acompaña­rán siempre a los mensajeros cristianos.  Porque la Iglesia se siente mensajera de otra vida, a la cual se lleva sólo haciendo el bien en la vida presente.
   El trabajo y el compromiso es efecto directo del mensaje cristiano. Los cristianos no sembramos sólo ideas de porvenir. Buscamos también la mejora del mundo de acá. Sólo en la medida en que el Reino de Dios, el triunfo del bien, se va adueñando de este mundo presen­te, se logra preparar al hombre concreto para el mundo venidero.
   Por eso la Iglesia hace presente al Espíritu Santo en me­dio de los hombres a los que anuncia la salvación. Lo reviste de palabras justicia social y de respeto, de sincera lucha por la paz, de igualdad humana, de oración y de amor.
   Ella misma se siente satisfecha y realizada cuando los hombres responden a sus invitaciones y comienzan a caminar por el sendero del bien, que es el que conduce a la vida eterna.